En abril de 1982 Argentina atravesaba otro de sus cíclicos gobiernos militares, una serie de dictadorzuelos patéticos y paralizados ante el fracaso de un régimen sostenido a base de la sangre de miles de personas. La música argentina establecida todavía se niega a asimilar al rock como una original expresión de la cultura joven del país.
Los setenta quedaron atrás y tomó posiciones el recambio necesario. Charly García con su banda Serú Giran; Luis Alberto Spinetta con Invisible; Pappo con Rif;, La Torre; Los Abuelos de la Nada; y solistas como Juan Baglietto, León Gieco, Alejandro Lerner, Raúl Porchetto, por mencionar unos pocos, seguían brillando y sumando seguidores a pesar de la cerrazón de los medios masivos.
Se siente el abrumador peso de un denso cambio de época, hasta que en la mañana del sábado 3 de abril, nos desayunamos que con una operación militar tomaron las islas Malvinas. Un despropósito digno de la imbecilidad del trío gobernante, que festeja -junto al pueblo- la “gesta histórica”. Un desatino, escupirle la oreja a la OTAN (organización militar de las potencias europeas), a los campeones mundiales del imperialismo pungista, a un sistema colonial que no estaba preparado para semejante arrebato nacionalista.
Ahora bien, dime cómo se podía objetar algo de este delirio sin quedar pegado como antipatria. Mientras, nuestros rockeros, también eran presos de dudas entre el nacionalismo vernáculo y la resistencia a la dictadura, los militares deciden que los medios audiovisuales deben suprimir de sus programaciones la música en inglés, sea cual sea su procedencia. Y bueno, “Let´s do it”, huy…perdón.
Se acabó pronto el repertorio de pop, tango o folcklore para llenar tantas horas de programación local. Al principio, con una cuidada edición de los grandes artistas y bandas latinas, pero luego en modo aluvional entran todos, cae la calidad. Es la hora del rock nacional. Tímidamente, al principio, luego con el poder acumulado de 15 años de resiliencia, la música por la que habíamos luchado tenía la puerta de acceso a la masividad legítima. El rock gana posiciones y resigna calidad frente a la urgente necesidad de las radios.
Todo tiene un precio y el nuestro fue el Festival de la Solidaridad Latinoamericana. Otra vez, el mismo mambo. “Qué hacemos”. Seguimos avanzando, aprovechando el contexto, usando las herramientas que ahora están disponibles, al precio de una cierta legitimidad de las acciones de la dictadura.
Todos fuimos, todos participamos, con menor o mayor objeción a los medios, el fin, y todo lo demás también. Una multitud en las canchas a cielo abierto de Obras, templo del rock de la época, se movilizó el 16 de mayo bajo la dudosa consigna de agradecer la solidaridad latinoamericana. Todo gratuito, los artistas, técnicos, productores, y el ingreso libre a cambio de un alimento o una prenda de ropa. Ropa y comida, para los soldados de Malvinas…entonces, ahí estaba el anunciado final de esta tragedia, soldados que pasan hambre, frío.
Todos tuvimos claramente la visión del desastre militar, y sobre el escenario un grupo de los artistas más representativos del momento sólo atinan a imponer un mensaje pacifista, del primero al último. Spinetta, García, Lebón, Nebbia, Soulé, Porchetto, Pappo, uniforman la consigna de la paz frente a la debacle belicista.
Con el acceso irrestricto del rock a las radios, el movimiento ganó posiciones en un tiempo récord, circunstancias nada gratas posibilitaron que esa música ninguneada durante años, disfrutara ese privilegio. Sin apoyar en ningún momento a la dictadura militar, tratamos de acomodarnos a esa situación de la mejor manera posible. Es lógico que surgieran dudas frente a la actitud de los músicos en ese contexto, hoy muchos de ellos sienten que tal vez no debían haber tomado parte de esas manifestaciones. Pero el rock nacional, ese bastión de resistencia pacífica al régimen hizo lo posible sin perder dignidad.
Malvinas fue el último derrumbe de la dictadura militar, un favor de la primera ministra británica Margaret Thatcher, y un hito en la historia del rock nacional. Para muchos una mácula, para otros una oportunidad aprovechada, ni el paso del tiempo ha podido despejar las dudas y contradicciones que rodearon ese momento del rock argentino, estigmatizado por el revisionismo y lecturas cambiantes.