Es inevitable que, a pesar de querer escribir sobre otros temas, siempre en finales de año se habla de lo mismo: la Navidad y el Año Nuevo. Y sin duda, el personaje que se toma el mes de diciembre es ese señor que viste de rojo, que posee una larga barba blanca y que reparte regalos por el mundo. ¿Adivinaron? Tan tarados no son: el Viejo Pascuero o Papá Noel o Santa Claus, pero en esta columna lo llamaremos… El Viejo.
El origen de este deleznable personaje no es para nada claro. Se dice que proviene de Alemania donde, sin dudas, le susurró al mismísimo Adolf algunos pasajes de su libro Mi Lucha y así terminar con quienes le estaban boicoteando el negocio, es decir, los judíos, quienes no creen en Jesucristo y menos celebran su nacimiento, pero venden los juguetes para Navidad.
Si seguimos analizando el prontuario de este maléfico ser, podemos llegar a la conclusión de que su vestuario rojo se explica por la idolatría que siente por Satanás, el diablo, el maligno, el cola de flecha, quien se sabe viste siempre -también- de rojo. Otra característica infame del viejo es que obliga a los padres de sus clientes a comprar en el retail las cosas que le piden a él. Y este Viejo simplemente sale a repartir los juguetes que pagaron otros, es decir, él nunca se endeuda, ni arriesga embargos ni quiebras por morosidad. Y además se lleva todo el crédito.
Y a propósito de repartir regalos, El Viejo lo hace en un trineo tirado por ocho renos, lo que evidencia su desprecio por nuestros hermanos menores: los animales. Además, eso es un delito en el mundo moderno, conocido como maltrato animal. Pero poco le importa al Viejo vivir fuera de la ley, ya que siente evidentemente superior. Y eso probablemente se debe al patrimonio que posee, producto de su jugoso contrato con un una de las multinacionales más poderosas del mundo: la Coca Cola, empresa capitalista y opresora para quienes todos los años hace una campaña navideña y no por calcetines con dulces, precisamente.
Pero ¿dónde tributa esas ganancias? Sin duda en las Islas Caimán, el paraíso de los evasores. Además, la noche del 24 de diciembre sobrevuela la Franja de Gaza, Ucrania, el barrio Meiggs en Santiago de Chile, es decir, innumerables territorios inmersos en salvajes conflictos bélicos y no recibe ningún rasguño. Ningún misil lo hace caer. El Viejo, sin duda, está conectado con las más altas esferas de quienes son dueños del mundo.
Y, para terminar, porque no quiero desaparecer de improviso producto de un casual envenenamiento proveniente del botiquín de Putin, me atrevería a decir que el Viejo es el mismísimo dueño del planeta y, lamentablemente, deberemos seguir soportando sus caprichos por los siglos de los siglos… Amén.