Conocí a Javier Martínez cuando Manal ya no existía y era leyenda, integrante de la sagrada trinidad fundacional del rock argentino junto a Almendra y Los Gatos. Sí llegué a verlos en vivo y quedé extasiado con el poderoso sonido de trío, una configuración surgida a fines de la década de los sesenta, especialmente con bandas como Cream y The Jimi Hendrix Experience. Javier Martínez, como Moris y Pajarito Zaguri, era asiduo de La Cueva, el boliche de jazz donde se terminó incubando la primera ola del rock nacional. Incluso formó parte de The Beatniks, la emblemática banda de Moris y Pajarito, considerada la primera del rock nacional.
Javier Martínez formaba parte de los personajes y artistas que frecuentaban el Bar Moderno, el boliche La Cueva y el Instituto Di Tella, ubicados en el centro de Buenos Aires, lugares de encuentro e intercambio de todos aquellos que estaban en la bohemia y la creación de vanguardia, la literatura, el cine, los artistas plásticos, músicos.
En ese ambiente, un productor cinematográfico le propuso a Javier interpretar un personaje para la película “Tiro de gracia”, en la que también actuaba una muy joven Susana Giménez. Aceptó, y le comentó que estaba haciendo una música muy interesante. El productor escuchó unas canciones que tenía grabadas y no dudó en proponerle que hiciera la banda de sonido. Javier en esa época ya tocaba con el guitarrista Claudio Gabis, y la banda de sonido es la primera hecha por un grupo de rock local para cine argentino.
Ese contacto con el cine también sirvió para que les propusieran hacer la música de la obra teatral “Viet-Rock”, y Claudio Gabis invita al bajista Alejandro Medina para tocar en un trío de blues y rock que cantara en castellano. Ensayaron un tiempo pero finalmente desistieron de participar de la obra y continuaron tocando en casa de Medina. En uno de esos ensayos, estuvo la reconocida artista plástica Marta Minujín, quien los bautizó como Ricota, una alegoría a Cream, pero nunca lo utilizaron. Cuando confirmaron que grabarían sus primeras canciones, y luego de intensas discusiones, se inclinaron por Manal.
Manal duró tres años, tiempo suficiente para establecer su identidad a base de tocar blues y rock en castellano. En ese lapso, 1968-1970, lanzaron varios singles alucinantes como “Qué pena me das”, “Para ser un hombre más”, “No pibe”, “Necesito un amor”, “Jugo de tomate frío” y “Avenida Rivadavia”. Y en 1970 llegó “Manal” el álbum, editado por el sello independiente Mandioca, una de esas obras de arte imperecederas. El álbum incluye clásicos como “Avellaneda Blues”, “Una casa con diez pinos” y “Todo el día me pregunto”.
Al año siguiente, grabaron y editaron “El León”, esta vez en el sello multinacional RCA, segundo álbum con un sonido más orientado al rock duro y destacados temas como “Blues de la amenaza nocturna”, “Paula” y “Mujer sin nombre”. En 1980, el trío se reunió para una serie de 6 conciertos en el estadio Obras de esta capital. En banda o como solista, el baterista, compositor y cantante continuó haciendo música siempre.
En esos años, era bastante común entrevistar a Javier, era un artista inteligente, lúcido y sus notas siempre dejaban tela para cortar. Eran largas sesiones, siempre regadas con whisky, en las que se explayaba a gusto sobre el pasado y el presente de la música argentina. Javier Martínez definió y difundió un estilo que expresaba al rock nacional desde una estética original, fiel reflejo de una cultura callejera orgullosa de su origen argentino. Con su desaparición física se va uno de los grandes históricos de este movimiento, y queda su música, testimonio de una época de creación y rebeldía.