Medianoche, la mayoría de la gente a mi alrededor duerme, acunada por el sonido monocorde de las turbinas del avión. Estamos volando hacia Miami y, a pesar del frío ambiente de la nave, mi cabeza es un hervidero, imposible dormir. Estoy yendo por primera vez a los Estados Unidos para tomar contacto personal con Queen. ¿Un sueño hecho realidad? Demasiado grande para un joven periodista sudamericano.
Una y otra vez repaso la información que recibí en los últimos días. Queen presentaba Jazz en Nueva Orleans. Leslie Hill, director de la compañía EMI (en octubre de 1976 firmó a los Sex Pistols), decidió pegar fuerte para establecer definitivamente al grupo británico en Estados Unidos, para lo que convocó a todas las filiales de la compañía para que estuvieran presentes en el concierto y la fiesta posterior, junto a medios de todo el mundo.
Luego de combinar en Miami con otro vuelo a Nueva Orleans llegamos a nuestro destino, una ciudad en la que convivían el clasicismo francés con la modernidad yanqui y una población mayoritariamente de color. El espíritu era Hallowen y ya se veía gente disfrazada caminando naturalmente por el centro de la ciudad, especialmente en el French Quarter, pura arquitectura francesa, y su pecaminosa Bourbon Street, la calle con los mejores clubes de jazz y strippers.
Esto se dice fácil ahora, pero imagínense el ambiente para un pibe (joven) que venía de la represión y violencia de esa época en Argentina. Nos instalamos en el lujoso Hotel Fairmont, donde nos recibieron con champán, algunos artículos de cotillón y la invitación para el encuentro after show. La fiesta se realizaría en el Ballroom del hotel, un gigantesco salón capaz de albergar a los casi 500 invitados.
Horas antes del evento pude echarle un vistazo al salón, enorme, completamente vacío aún. Solamente un montón de parlantes apilados, con las cajas transparentes, probablemente de algún material plástico. Luego de esta exploración fuimos al Civic Auditorium, charlamos con los fans y finalmente nos acomodamos en una especie de Pullman, la platea alta del auditorio.
Lo primero que llama la atención es que muchos espectadores estaban disfrazados -es la ciudad del Mardi Gras. Vemos princesas, momias, animales, extraterrestres y astronautas, entre otros. Hasta que las luces se apagaron y comenzó el show. Con una explosiva entrada, el cuarteto pone quinta con una versión rockera de “We Will Rock You”.
Impactante iluminación, sonido impecable, y un repertorio irresistible nos ponen en órbita. Estamos viendo una banda de primera línea global; todo es sorprendente, cada efecto, cada solo, todo tiene grandilocuencia, pura teatralidad. Los ingleses tienen un adjetivo perfecto para describirlo: bombastic. Las canciones se sucedieron sin respiro, clásicos como “Somebody to love”, “Dead in two legs”, “Killer Queen” -rock y un coro perfecto-, “Get down, make love” -primera canción con Freddie al piano- y “My best friend”.
Promediando el show hubo un espacio acústico, la audiencia se distendió y no prestó demasiada atención al set. Me sorprendió y pensé que un baladón como “Love of my life” tendría toda la atención y silencio absoluto en Buenos Aires. Del nuevo álbum tocaron “Fat bottomed girls” (“Chicas culonas”), un temazo muy controvertido, con un video filmado en el viejo estadio Wembley de Londres, con montones de chicas desnudas dando vueltas en bicicletas en la pista del recinto haciendo sonar los timbres.
Otro momento imperdible llegó con “Bohemian Rhapsody”, el himno del álbum A Night at the Opera, impecablemente tocado y cantado. Freddie fue un cantante excepcional, que tanto podía ser un crooner como un salvaje cantante de heavy metal, todo envuelto en una imagen irresistible. Se movía como un contorsionista o un bailarín clásico, con total naturalidad, siempre aferrado a la caña del micrófono, y esa voz…
Terminaron el concierto con dos temitas: “We will rock you” -ahora si, como la versión del disco- y “We are the champions”, que la multitud canta después que la banda sale de escena. Shockeados, volvemos en el transporte que nos llevó al estadio. Quedamos todos en silencio, digiriendo lo que acabábamos de ver. Ensimismados en nuestros pensamientos, hasta que alguien se para en la oscuridad del micro y grita: “¡It´s party time!”.
Continúa…